Hacer de cuenta que no fue nada, es lo que menos podrías pensar hacer después de ver
este film de Sergio Leone.
Con una introducción del viejo oeste y sus chicos malos, que dura más de lo que comúnmente duraría una secuencia inicial, Cera una volta il West, es un despliegue de fregonería en planos, guión, dirección de actores y violenta quietud. Osea: desde el comienzo, nos enteramos de lo tesos que son sus realizadores.
Jill McBain, llega a Sweetwater para comenzar una vida lejos de Nueva Orleans y la prostitución, pero los hombres de Frank acaban de asesinar a su nuevo esposo con todo y sus pelirrojos chamacos. Entonces ella; Cheyenne, un forajido inculpado injustamente de este asesinato, que a su vez resultó ser mi personaje favorito; y Harmonica, se encuentran compartiendo una pulsión vengativa en común cuyo nombre es, Frank.
La historia y objetivos de cada personaje están bien trabajados y podemos llegar a conocer a cada uno de ellos y sus motivaciones, sobresale Harmonica, personaje que mientras puede asesinar a tres hombres, de sorpresa, con dos pistolas, en dos segundos y con una armónica; es un caballero que defiende a la “damita” Jill de sus adversarios sin hacerle más daño que el de enamorarla y nunca corresponderle en nada, ni siquiera como diría Paquita la del Barrio “Perdiéndole el respeto”; y a la vez logra el objetivo de su vida, vengarse del hombre que marcó su juventud con una muerte y un instrumento de viento que él ahora toca cuando, según dicen sus enemigos, mejor debería hablar.

Pequeños misterios y revelaciones son sembradas dentro de cada secuencia con la calma y el impacto de un viejo oeste en el que tan solo el más curtido sobrevive.
Resumen: Érase una vez en el oeste es larguísima, tiene escenas tan extensas como el desierto, y me fascina.
Hasta en su elenco es maravillosa.
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