domingo, 6 de noviembre de 2011

Érase Una vez en el Oeste

Hacer de cuenta que no fue nada, es lo que menos podrías pensar hacer después de ver 
este film de Sergio Leone. 

Con una introducción del viejo oeste y sus chicos malos, que dura más de  lo que comúnmente duraría una secuencia inicial, Cera una volta il West, es un despliegue de fregonería en planos, guión, dirección de actores y violenta quietud. Osea: desde el comienzo, nos enteramos de lo tesos que son sus realizadores. 

Jill McBain, llega a Sweetwater para comenzar una vida lejos de Nueva Orleans y la prostitución, pero los hombres de Frank acaban de asesinar a su nuevo esposo con todo y sus pelirrojos chamacos. Entonces ella; Cheyenne, un forajido inculpado injustamente de este asesinato, que a su vez resultó ser mi personaje favorito; y Harmonica, se encuentran compartiendo una pulsión vengativa en común cuyo nombre es, Frank.

La historia y objetivos de cada personaje están bien trabajados y podemos llegar a conocer a cada uno de ellos y sus motivaciones, sobresale Harmonica, personaje que mientras puede asesinar a tres hombres, de sorpresa, con dos pistolas, en dos segundos y con una armónica; es un caballero que defiende a la “damita” Jill de sus adversarios sin hacerle más daño que el de enamorarla y nunca corresponderle en nada, ni siquiera como diría Paquita la del Barrio “Perdiéndole el respeto”; y a la vez logra el objetivo de su vida, vengarse del hombre que marcó su juventud con una muerte y un instrumento de viento que él ahora toca cuando, según dicen sus enemigos, mejor debería hablar.

Pequeños misterios y revelaciones son sembradas dentro de cada secuencia con la calma y el impacto de un viejo oeste en el que tan solo el más curtido sobrevive.

Resumen: Érase una vez en el oeste es larguísima, tiene escenas tan extensas como el desierto, y me fascina. 

Hasta en su elenco es maravillosa.

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