viernes, 12 de agosto de 2011

Vendas para veladores

Mientras nos preparábamos en la oficina de la base, el director entró corriendo desesperado, gritando. Fue muy rápido, lo vi de frente, se hincó en el piso, su cara de dolor -¡¡No, no!! ¡¡Por qué!! -gritaba, y yo me quedé fría. Cuando terminó y empezó a reír, se levantó y salió corriendo como un niño. Lo perseguimos hasta la calle, cuando lo tiraron al piso, me uní al contraataque de cosquillas. Al menos eso nos despertó, luego llenamos las vans para ir al hospital.

Era viernes en la noche, toda la semana habíamos dormido poco. Afuera del hospital acomodamos el pan y té para repartir entre los que velaban por sus enfermos. Según recuerdo llovía; había poca luz, y silencio como si por hacer algún ruido alguien fuera a despertar. Algunos platicaron que se turnaban las noches, otros vivían lejos y llevaban más de quince días ahí, sin dinero, ni dónde dormir.

Conocimos a un hombre extraño, estaba afuera, recargado sobre un árbol. Nos recibió con sonrisa dudosa, y cuando vio a Gabriella y Nathanael, comenzó a contarnos en inglés de cuando vivió en Las Vegas. Hubo mucho que escuchar, mientras la sonrisa iba abriendo paso fragilidad en su ironía. Nathanael se quedó platicando más con él, y después de un rato, ese hombre que parecía sin esperanza, decidió tenerla, ser nuevo. A veces, los que cuidan a sus enfermos necesitan vendas, y las obtienen donde menos lo esperaban.

Al final, conocí a un campesino anciano, cuando me su cara se iluminó y me sonrió al recibir su pan, algo sanó en mí. Al mismo tiempo recordé por qué prefería estar ahí, casi sin palabras y viéndolo sonreír, que en cualquier otro lugar y durmiendo.

1 comentario:

  1. Eso debe ser una belleza. Amiga, hermana. Estoy releyendo un libro de Erich Fromm llamado "El arte de amar". Apúntalo en tu "lista de libros por leer mientras tengo mi pierna rota". ... quiero dar. Quiero darme. Te quiero.

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