martes, 14 de abril de 2015

La Tierra de los Duraznos




Lo primero que vio fue una uña cortada en el suelo y dos sandalias rotas, las dos del pie derecho. Davinia abrió los ojos mucho antes de que amaneciera, esta vez no extendió su brazo, ni caminó hacia la cocina para preparar el desayuno. Se vistió toda de verde y salió a cazar.

El jaguar tenía sus tres ojos verdes sobre Leonidas, se abalanzaron el uno sobre el otro, Leonidas sostenía una lanza con su brazo más fuerte y cuando iba a clavarla en el pecho de su oponente, la sandalia nueva y menos flexible de su pie derecho, se atoró en una roca haciéndolo tropezar.

Davinia entró a la casa, abrió las cortinas, como siempre lo hacía cuando el segundo astro de luz comenzaba a brillar, pero esta vez él no estaba ahí para mirarla, ni cosiendo botas para vender entre los habitantes de la Tierra de los Duraznos, ni afilando sus armas. Davinia cargó la carne y regresando del patio se dejó caer sobre las sábanas rosas que desde hace cuatro días estaban sobre la alfombra.

Leonidas volvió a casa con dulces para Davinia un licor nuevo que Xhar le obsequió pocas horas antes y una sandalia derecha nueva; su forma de frenar la motocicleta con el pie derecho sobre el suelo rocoso lo hacía desgastar primero su sandalia derecha. Sobre la alfombra, Davinia se cortaba las uñas de la mano izquierda, y Leonidas se recostó junto a ella, que mirándolo todavía admirada  de él, le regaló toda su atención.

Ahí en la alfombra, Davinia encontró los dulces restantes bajo el sillón, sabían al vino que los hombres de la Tierra de los Duraznos fabricaban, ese vino con el que Leonidas brindaba cuando tenía una razón extra para ser feliz. Davinia se comió los nueve que sobraron y cuando terminó lloró, porque ya no quedaba más nada.

 -Los dulces son para Davinia. Dijo Leonidas mientras pagaba monedas de jade a Xhar, el mejor productor de vino de durazno que Leonidas había conocido en los años viviendo ahí. -¿Qué festejan, ya van a darle sobrinos al viejo tío Xhar?- Preguntó levantando su labio del lado derecho, mostrando sólo algunos de sus largos dientes y riendo como en secreto. -Espero que pronto- respondió Leonidas -ahora festejamos que ya todo está listo para volver al país del Norte a nuestra casa- Xhar entonces sacó un pequeño frasco del bolso que siempre tenía colgado era un frasco ámbar -Lleve entonces esto joven Leonidas, seguramente será una tarde muy especial la que tendrán- Xhar rió entre dientes y Leonidas buscó monedas rápidamente en su pantalón -verá, este no lo vendo, es nuevo y es un regalo, además estoy seguro de que no encontrará en todos sus viajes mejor afrodisíaco que el que producimos en esta tierra.

Davinia despertó, era el quinto día sin Leonidas, y las sábanas que se quedaron en la alfombra parecían oler a él. Se levantó y pisó la uña que estaba todavía en el suelo, se decidió al fin a levantarla y caminó dando saltitos con el pie izquierdo hasta llegar al cesto de basura, donde tiró la uña y vio que aún quedaban restos de comida de el último día sin Leonidas. Davinia se metió a bañar, muy callada, como si alguien se pudiera despertar si hacía ruido; en la bañera sintió que el chorro de agua borraba ya las últimas huellas de Leonidas en su piel.

 Leonidas despertó sintiendo la tibieza de Davinia junto a él, el primer astro de luz entraba justo por la rendija rota de la persiana. -No quiero arreglar esa cortina- Fue lo primero que dijo cuando Davinia abrió los ojos -No lo hagas, se ve medio fea y bonita, además me gusta esa luz amarilla que entra- respondió ella estirando su brazo hacia él a ciegas, acariciando su barba con la mano entera como a él le gustaba aunque nunca se lo dijera, al menos no se lo diría mientras ella lo siguiera haciendo, era su secreto y ella sabía que a él le gustaba mantenerlo así. -Pronto despertaremos otra vez con la luz rosa del Norte- Dijo Leonidas acariciando con la orilla de sus dedos el dorso de la mano de Davinia. Ella sonrió con los ojos cerrados, como si continuara soñando. Leonidas, descansando su rostro en la nuca de Davinia, dijo -Ya no hay comida para mañana- y levantándose de la cama añadió -hoy en la noche voy a ir a cazar- Davinia se giró hacia él y lo retuvo con su mirada todavía a medio despertar -No vayas- dijo -quédate, comeremos maíz, frijoles y almendras toda la vida- Leonidas riéndose se sentó junto a ella y quitando el mechón despeinado que caía sobre su frente le dijo. -Hoy tengo una sorpresa para ti, te la diré cuando regrese de trabajar, pasaremos toda la tarde juntos y en la noche voy a casar ¿Te parece bien? -Leonidas le dio un beso suave y Davinia asintió con la cabeza, muy poquito mientras se acomodaba de la cama y lo veía salir de la habitación


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