Chin yinn´cui, Mercancía, de Marilyn Escobar, muestra una pequeña parte de lo que ocurre no sólo en México, ni sólo en Latinoamérica,
sino en todo el mundo por causa de la codicia de hombres que desean
insaciablemente satisfacer sus apetitos sexuales con mujeres, adolescentes,
niñas o niños, sin importarles de dónde son, quiénes son y mucho menos cómo han
llegado ahí. Sólo una sociedad egocéntrica y llena de deseos desmedidos podría
seguir permitiendo que miles de jóvenes, adolescentes y sobre todo infantes,
sean secuestrados, engañados o presionados, para suplir la demanda de carne que
hay en pornografía y prostitución.
Dos
jóvenes, una de ellas casi niña, deciden fugarse con hombres extraños bajo la
lluvia, fugarse del calor de un café de olla, del olor del maíz, de su lengua
Cuicateca, tal vez porque no quieren repetir el ciclo que sus familias y
ancestros han repetido, o porque creen que al otro lado de su pueblo, allá en
la ciudad, hay un sueño más grande por alcanzar, y no ven la hora de escapar de
la estufa y las tortillas, de finalmente hablar sólo en Castellano.
Mientras
las jóvenes de los grupos indígenas, o los pueblos apartados de la ciudad, no
conozcan qué posibilidades hay para ellas más allá, ni tengan opciones de
desarrollo y sustento en donde viven, y mientras no estén prevenidas sobre los
hombres que van enamorando mujeres para llevarlas, engañadas y forzadas, a la
prostitución y no puedan disfrutar de salud, alimento y buena educación al
mismo tiempo que abrazan sus lugares de origen y cultura, estas mujeres, niños
y niñas seguirán expuestas al tráfico sexual.
La
protagonista del cortometraje Mercancía es Citlalli, una joven indígena que trata
de abandonar su pueblo junto con María, su hermana menor, y cuyos movimientos
se ven entorpecidos por una anciana que ve el peligro, pero sin hablar de él
directamente con ellas, desviándolas momentáneamente de su camino, sin conseguir
alejarlas totalmente de él.
Las
jóvenes de las comunidades indígenas son vulnerables a verse involucradas con
hombres que sólo planean traficar con ellas, no sólo por su ignorancia y deseo
de salir del territorio en que se desarrollan, sino también por la falta de
empleo y de recursos en los pueblos, donde incluso los mismos padres de familia
pueden llegar a considerar vender a sus hijas como “servicio doméstico” teniendo
noción de cuál será su verdadero fin.
Tal
vez hace falta un gran esfuerzo para detener a los traficantes de mujeres,
niñas y niños en todo el mundo, tal vez parece imposible, tal vez ningún joven,
padre de familia, o ninguna persona cercana a nosotros ni nosotros mismos sería
capaz de hacer algo así. Pero no sería ni siquiera necesario atrapar las redes
de trata de personas, si no existiera esa demandante necesidad de consumir sexo
e incluso de pornografía. Entonces miles de mujeres, niñas y niños en el mundo,
no estarían dándole servicio a más de 10 hombres desconocidos por noche, a
veces muchos más, ni estarían encerrados en lugares fríos, en pobreza y
drogadicción, en países o lugares desconocidos, con miedo, y siendo dañados
física, emocional y mentalmente de una forma que es casi imposible de reparar.
Mercancía
no sólo habla por aquellas mujeres, adolescentes, niñas y niños secuestrados en
lugares rurales, sino también por las que caen en la ciudad, o incluso paseando
como turistas, o viviendo vidas que se parecen a la que vive cualquier vecina,
amiga, sobrina, hermana, esposa o hija.
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